El día que
el dios Pan murió,
ese mismo día
nació Darío.
De él, Rubén tomaría
la lira y la flauta,
no de Apolo,
ni del héroe Orfeo,
sino de Pan,
el dios que muere,
el pequeño dios,
el violento sátiro,
secuaz del centauro,
el niño caprino,
de cabellos adornados
con hojas de laurel.
El infante terrible,
el bibliotecario,
el escolástico,
el monje enclaustrado
en la abadía de la Cartuja
el caballero de la triste figura,
el del arte azul…,
el prosista profano,
el cronista latinoamericano,
de Cantos de Vida y Esperanza,
el Canto Errante,
la épica urbana
del Canto a la Argentina,
y las absurdas
jitanjáforas,
el hombre a quién los españoles
no le perdonan
que fuese un indio
de Nicaragua.
El pararrayo celeste
que no se permitió escribir
nada más
un poema
llamado Nocturno.
El caminante de las nubes,
nefelibata atroz,
orfebre de versos,
constructor del destino
de nuestra nación,
profeta del cisne
asesino del águila imperial.
Así de enorme es Darío,
torre de Dios,
poeta eterno,
¡Viva Darío!
¡Viva Nicaragua!
no de Apolo,
poeta eterno,
¡Viva Darío!
¡Viva Nicaragua!
Camilo Membreño
Ciudad Darío
18 de enero del 2018
Publicado originalmente en: https://diariobarricada.com/el-nacimiento-de-dario/
Una respuesta
¡Divino!